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14 de septiembre de 2020
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Quejarse no es gratis

Todo lo que hacemos, lo hacemos para conseguir algo. Por ejemplo:

  • Estudiamos una carrera con la idea de conseguir un buen trabajo.
  • Nos esforzamos en un trabajo para que nos asciendan o nos reconozcan.
  • Buscamos pareja para que venga alguien y nos complete.
  • Hacemos ejercicio para esculpir el cuerpo.
  • Comemos light para que no nos salga panza.
  • Meditamos para estar tranquilos.
  • Cuando no obtenemos lo que queremos, solemos quejarnos y lo hacemos mucho más seguido de lo que creemos. Quejarnos es un comportamiento tan arraigado que casi no distinguimos entre conversar de manera productiva y quejarnos. Para muchos de nosotros conversar y quejarnos es lo mismo.

    La queja genera resentimiento porque cuando me quejo, lo hago muchas veces. Casi que me quejo ante cualquiera que esté dispuesto a escucharme. Y cada vez que vuelvo a relatar “ese algo” que no me gustó, vuelvo a sentir (re-siento) ese sentimiento negativo que me impulsó a quejarme en primer lugar.

    Las emociones -como el resentimiento- generan una forma de estar en el cuerpo: por un lado tienen un impacto a nivel químico (hormonas y neurotransmisores), por otro impactan a nuestra respiración y nos generan tensión o distensión. Las personas nos acostumbramos a las emociones y a su impacto en nuestro cuerpo al punto que cuando las emociones cambian o simplemente se van, nos podemos llegar a sentir incompletos.

    Aquí radica el gran peligro de la queja: el de acostumbrarnos a la tensión, a la respiración y a la química que trae la queja aparejada, al punto de sentirnos incompletos si no podemos sentir esos impactos en el cuerpo.

    Como decíamos más arriba, quejarnos es un acto inconsciente, no nos damos cuenta del nivel de queja que manejamos. Esto resulta en que nos quejemos repetidas veces de lo mismo, que generemos cada vez más y más resentimiento en nuestro sistema y que nuestro cuerpo se acostumbre rápidamente a esa forma de estar.

    No nos damos cuenta de que nos vamos metiendo debajo de la nube negra. Y lo hacemos solos, sin ayuda de nadie. Es como si nos pusiéramos unas gafas especiales que sólo nos permiten ver lo que no nos gusta del mundo.

    Popularmente se dice que quejarse es gratis, pero no lo es. Quejarnos trae un costo en términos de impacto en nuestro cuerpo que se produce de manera inmediata al momento de quejarnos. No sólo eso, sino que como nos quejamos sin cuidado, resentimos emociones negativas reiteradas veces favoreciendo el acostumbramiento a las mismas, promoviendo nuestro propio malestar como resultado final.

     
    El gran peligro de la queja radica en habituarnos a la tensión, a la respiración y a la química que trae aparejada la queja. Podemos llegar a sentirnos incompletos si no sentimos sus efectos en el cuerpo.
     

    ¿Cómo salir de debajo de la nube negra?

    Para que haya una queja tiene que haber un resultado en la realidad que sea diferente a un resultado proyectado.

    Esto nos da la alternativa de operar sobre dos variables:

  • El resultado real.
  • El resultado proyectado.
  • Ahora bien: ¿puedo cambiar el resultado real? No, lo único que puedo hacer con el resultado real es aceptarlo y construir desde ahí. No es conformarse. No es quedarme con lo que hay y darme por vencido pero sí implica no resistir la realidad. Porque si resisto a la realidad a través de la queja, la realidad persiste, y voluntariamente me meto debajo de la nube negra.

    ¿Y qué hacemos con el resultado proyectado? ¿Qué hacemos con esas ganas que tenemos de que las cosas salgan de una manera determinada?

    Aquí mi recomendación es dar lo mejor de uno y soltar el resultado. ¿Pero cómo se hace?

    Como te comentaba antes, la mayoría de nosotros no hacemos las cosas por el placer de hacerlas, las hacemos para conseguir algo: No trabajas para dar un servicio, trabajas para cobrar un sueldo. Podrás trabajar con mucho esfuerzo para ascender en la pirámide corporativa, o podrás trabajar lo justo para que nadie te moleste. Pero no trabajas por el placer de trabajar, de servir, de sumarte a un proyecto que sea más grande que tú.

    Para soltar el resultado hace falta cambiar las motivaciones por las que haces las cosas:

  • Cuando trabajas por el placer de trabajar el sólo hecho de poner manos a la obra te hará sentir realizado.
  • Cuando estudies por el placer cultivarte el sólo hecho de exponerte al conocimiento nuevo te dará satisfacción.
  • Cuando hagas deporte para divertirte o sentirte bien, te sentirás bien en el momento en el que lo estés practicando; no hará falta que esperes tres meses a ver si ya tienes el abdomen plano.
  • Elige sentir placer en cada cosa que hagas. Experimenta el placer de hacer las cosas bien para ti, con el objetivo de disfrutar.

    Si tu primera motivación para hacer las cosas es disfrutar, y además el viento sopla a tu favor, vas a terminar ganando por partida doble: disfrutas y te ascienden, disfrutas y conoces al amor de tu vida, disfrutas y te pones en forma.

    Juan Bautista Segonds dice en su charla TED “De la excelencia a la mediocridad estamos a una decisión de distancia”

    Esa decisión de la que habla Segonds se refiere a la actitud con la que te plantas ante la vida. Espero haber preparado un buen argumento para que te pares en el disfrute.

    ¿Quieres saber más?

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    Este artículo es parte del episodio 02 “¡Deja de quejarte!” del podcast “Estamos Todos Locos”.

    2 Comments

    1. Lucia dice:

      Muy buen artículo!

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